“Aquí estoy, viejo, en un mes seco, mientras un niño me lee, esperando que llueva” T.S. Eliot, en Gerontion
Siendo adolescente vi pasar a un hombre cargando un pequeño ataúd blanco. Morían entonces muchos niños, como Nito, el hijo de la Rita. Aquel lo cargaba en equilibrio por la pedregosa, calle echándose aire por momentos con su sombrero. Acostumbrado a acarrear tercios, la caja sobre su hombro derecho lo encorvó, por la pena y el desvelo. Lo seguían en silencio una veintena de gentes, tal vez un poco más. Era muy temprano. A los angelitos hay que sepultarlos antes de mediodía, –dijo la abuela-. Cuando te mueras serás ángel de la tarde – pregunté-, no hay ángeles viejos, solo zopilotes -dijo-.
Con pensamientos que me parecían difíciles, dudé sobre el cuidado que puedan dar ángeles sin experiencia; a cuántos tendré derecho y de que sexo; si son inmortales; cómo escogen a quien guardar. Mueren solo una vez, no tienen sexo, solo uno mirará por tí que desde arriba verá tus peligros -respondió-. Cómo qué desde arriba -dije-, desde el cielo, señaló con su dedo un infinito azul, sin nubes.
Por minutos, busqué allá donde dijo y pregunté ¿dónde están? No respondió. Al pardear el día, a borbotones, le platiqué al abuelo del cortejo matutino. No te preocupes, tu no serás ángel, entras a la edad de torcerle el buchi al gallo -dijo-. Como llegar a viejo como tú, no jodas cabrón, nadie te asegura vivir hasta la ancianidad. Insistí, como se vive de viejo, dime, tu convives con muchos.
Hablaré por mí -aceptó- por los que conozco y no tienen empacho de su vejez, jamás se quejan, la disfrutan y se ríen de ella, otros la soportan como pesada carga. Todos se esforzaron en alcanzarla. Hay que saber suavizar la necia incapacidad biológica de ser viejo. El Génesis -citó- menciona que Adán vivió 930 años, Enoc 365, Matusalén su hijo, 969. Noé, dicen las Escrituras que vivió 950, Abrahán 175, Isaac 180, Jacob 140, José 110, Aarón 123 y Moisés 120.
Sus vejeces no fueron miserables, ni la de Pitágoras que vivió 95 años, ni la de Sócrates que a los 94 escribió Los Panatenaicos, murió 5 años después. Su maestro, Leontino a los 107 años seguía trabajando. A pregunta de por qué quería seguir viviendo, contestó «No tengo nada que reprochar a la vejez.» Cuantos quieres vivir tú -preguntó- pocos e intensos años en abundancia y placeres, o pocos e intensos como los de Allan Poe, Evariste Galois, Blaise Pascal, Heinrich Hertz, Srinivasa Aayingar.
Con los ojos cuadrados, solo pude contestar; ¡quiero morir de viejo! Es fácil -respondió- deja que la naturaleza haga su parte hasta que te corra de su posada cuando seas anciano, asi como a muchos viejos los corren de sus casas. La naturaleza determina nuestra edad y existencia. Morir es muy fácil, saber vivir con tus heridas y más, es el reto. La vejez es la etapa más larga de la vida.
No se sabe cuándo inicia, pero de que llega, llega. La vida pasa a veces sin darse uno cuenta, se extingue poco a poco. Irás perdiendo capacidades biológicas y habilidades adquiridas, en las diferentes etapas de tu vida, las recordarás con agrado, te acostumbrarás a los achaques, qué a los noventa, dicen serán peores, pero te juro que querrás correr el riesgo, como yo, de vivirlos.
Ahí tienes a tu tío-abuelo que a sus noventa años va a pie a todas partes, si va lejos, monta a caballo, una salud que le permite cumplir con sus tareas. Puede que el ejercicio y la templanza, reservas de su juventud, le ayuden en su ancianidad. Así que debes cuidar tu salud, hacer deporte, no huevonear, comer y dormir bien, aprende a beber, a trabajar y a coger. Esas cosas serán remedios para el cuerpo, para la mente y el espíritu, de lo contrario se extinguirán mucho antes que tu vejez.
El murió de 102 años. No había coronavirus. Yo que toda la vida conviví con los mayores, en todo sentido, ahora que soy el mas viejo de la manada, en esta noche de luna azul, días antes de los difuntos infieles y fieles de México termino estas notas sobre la senectud. Para mí, la vejez inicia con intentos compulsivos por permanecer, por parecer joven, llega más o menos a tus cuarentas.
La preocupación hipocondríaca sobre tu salud y aspecto, por tu potencia sexual (o reproductiva) que buscas probar a la menor insinuación. Cuanto más aprecia una persona su físico, si está luchando siempre contra el envejecimiento, será infeliz, porque este llegará y tendrá más dificultades para asumirlo. Quien quiera salvar su vida habrá de perderla. Aparece la vacuidad y la carencia del goce de vivir en algunos, en otros, la espina religiosa y en muchos, el apego a la tierra, las plantas y animales. Son carreras contra el tiempo.
En la vida adulta se desarrollan intensos compromisos. Aceptas sacrificios con y por otros para subsistir, por amor, por amistad, para desarrollar tu identidad y pertenencia, por afiliación. La ausencia de éxito en estos cometidos significa crisis en el amor, en la amistad, en la actividad productiva. Se plantea la espera a que las cosas mejoren, el distanciamiento, el estancamiento y la reflexión sobre pasar la batuta a los que siguen, en primer lugar los familiares, para transmitirles valores, experiencias, favorecerlos con conocimientos y recursos. No te obligarás a realizar lo que no puedes, disminuirá tu concentración en el trabajo, de disfrutarlo, de no dormir bien. Es tiempo de buscar otros aires, remodelar tus objetivos y priorizar tus relaciones. Feliz quien se retiró a tiempo sin contratiempo, desdichado aquel que a los setenta y tres, espera lo que no es.
Volver a ver la vida con interés y júbilo, asumir la reducción de ingresos a cambio de mucho tiempo libre. Buscar nuevos roles, amistades, grupos, aficiones, deportes, conservarse ágil y saludable, amoldarte a los límites físicos de tu edad. Participar, si el COVID19 te lo permite, en tertulias, juegos de mesa, pasear, bailar, leer para encontrar ideas, para imaginar, visitar y recibir visitas, seguir en contacto con alumnos, colegas, amigos lejanos, experimentar comidas y recetas, informarte de la naturaleza, ver comedias, películas. Infórmate de lo que pasa en el mundo, pero no te sientas inútil de lo que está mal e imposible de remediar por ti y para ti.
Las virtudes cultivadas ponlas a disposición de otros, sé más caritativo y colaborador con los marginados, ofrece algo de lo que tienes, te lo agradecerán y respetarán como a todo aquel que da gratis parte de su tiempo, sea para contar cuentos, historias o invitarlos a la lectura a la música. O enseñales alguna tecnica o habilidad. Se puede volver a llenar tu vida, hasta que no te alcance el tiempo, como cuando lo vendías, lo limitabas y lo perdías.
Hay que seguir para adelante con tu identidad adaptada a la nueva situación y condición. Aparecerá la autocrítica, independencia hacía ciertas normas, racionalizarás conductas, te volverás políticamente correcto. Reconocerán tu autoridad, no por ser viejo, sino por el fruto de una edad vivida honestamente, con principios, abrazando tus errores y los de los demás, aceptando lo bueno y lo malo de cada uno. La experiencia, prudencia y sabiduría, compensarán la pérdida de facultades físicas y biológicas. Llegar a la cúspide en plenitud ética, aunque no hayas sido actor de las primeras planas de tu entorno, pero actuado a la perfección el papel asignado.
Al final, de un modo u otro serás aplaudido, tal vez mas que aquellos que en tu tiempo ocuparon las 8 columnas. Defiende tu vejez con el arte. No es extraño que algunos se estanquen, se depriman, eludan responsabilidades, cambien sus valores respecto al patrimonio y nueva posición social, otros incrementen egoismo, crueldad y estacionados en su mandonería, encubran la envidia con hipocresía ante fantasías de poderío.
Con vida emocional empobrecida y deterioro del carácter, hay deshonestidad intelectual, aumenta el conformismo, se aceptan aberraciones como normales. Actitudes que hay que combatir para no estancarse. Abrir la mente al cambio, valorar y usar tecnologías. Reprimir la ansiedad, fortalecer los mecanismos del sentido del humor, combatiendo estereotipos del viejo negligente, iracundo, difícil, necio, olvidadizo, crédulo, confiado, avaro, desagradecido.
La petulancia, el chocheo propio de los frívolos, sin importar el ¡Asco el viejo! son vicios de una vejez indolente y aletargada de carácter. Aunque los excusemos no es legítimo. Mientras la mayoría está en la desesperanza, con sensación de inutilidad por su cuerpo y mente frágil, algunos en completa apatía se aíslan, abandonan, se suicidan. Quienes te conocen son los que primero se dan cuenta de tu vejez, aunque tu no la sientas ni la veas en el espejo. La biología de tu piel no miente, va perdiendo tono, elasticidad, se mancha, se arruga y se seca. El pelo se cae, encanece, tus uñas se quiebran, tus dedos empiezan a deformarse. Tus bellos en las orejas no mienten. Tu movilidad y fuerza disminuye, corres más lento y menos tramos, igual al caminar, subir y bajar escaleras.
Ta Pierdes estatura, músculo. Vas perdiendo la vista, el audio, los dientes. Si no eres vanidoso aceptarás usar bastón, lentes, audífonos y dientes postizos. Dejarás de andar en moto, en bicicleta, luego no choferearás. Eso antes de que aparezcan las enfermedades de la senectud, la arteriosclerosis, el alzhéimer, la amiloidosis, una embolia, la hepatitis, cardiopatías, la artritis reumatoide, la hipertensión, la diabetes mellitus, la próstata, el lupus, la colitis ulcerativa, EPOC, enfermedades periodontales, fallo renal crónico y otras. Algunas las solucionarás con prótesis, otras las sobrellevarás con tratamiento médico, cargando tu tambache de medicinas.
Pero en otras serás dependiente, aumentarán las posibilidades de sufrimiento, no podrás bañarte, ni vestirte solo, orinarás sentado, por zonda o en recipiente. Algunos se alejarán de ti. Tenderás a resistirte, a avergonzarte de tu enfermedad, hay que aceptarla y la ayuda desde para bajar del coche hasta para que otra persona te limpie el trasero. Si no tienes el apoyo y la dedicación que te ofrece la familia, no tienes gran cosa. Tener a alguien que no se va a marchar, que te está echando el ojo todo el tiempo, esa seguridad espiritual de saber que tu familia está en vela por ti. Ese amor racional que trató P. Levine, no te lo da el dinero ni la fama ni los amigos. Entonces hay que saber estar enfermo, si pasas los ochenta, la posibilidad de estarlo es casi del 100%.
Entonces, a disfrutar la dependencia aunque la pagues, para que te vuelvan de costado en la cama, te bañen todito y tus partes nobles, te sequen, te pongan ahí pomada para que no te roces ni te salgan llagas, que te den masajes, te paseen en silla de ruedas por la cuadra, por el parque, gosar a la gente y los cambios de estación. Te parecerá familiar, por ese niño aún en ti, que alguien te tome en brazos, te alimente, te limpie. Como cuando tu madre te tenía en brazos, acariciaba, nadie puede decir que se cansó de ese amor incondicional. En el estadio final de la vida, en muchos entra el miedo, aprensión a la desaparición, al desafío mayor; el final inevitable. Las evocaciones al pasado son más intensas, no hay expectativas ni ideales, es tiempo de paz espiritual.
Para E. Erikson aquí se hace hincapié en experiencias no resueltas, como los te quiero, te perdono, lo siento, sin vergüenza de mostrar los sentimientos, no tiene sentido guardarse el orgullo. Se realiza un balance de vida. Última oportunidad para reconducir valores y creencias, de aceptar los fallos de los padres, de los hijos, y de quienes forman el entorno más personal, aceptar el pasado tal como fue y no por lo que pudo ser. Una madurez agradable, preparada tranquilamente para la muerte. Es verdad que existen ancianos incapacitados, no sólo por la vejez, sino también a falta de salud en situación terminal dolorosa, en una saciedad por cansancio de la vida, se crea el momento maduro, para desear la muerte.
En algunas sociedades se acepta la muerte oportuna, por enfermedad terminal, por ausencia de la mente y de la conciencia del cuerpo. Todo mundo sabe que se va a morir, pero nadie lo cree, ni con el SARS-CoV-2 tocando puertas, llevandose a familiares y amigos. Si llegaste a los noventa, tienes movilidad y ánimo, busca en tu ciudad La casa de las bellas durmientes de Yasunari Kawabata “una casa frecuentada por ancianos que ya no podían usar a las mujeres como mujeres; pero Eguchi …sabía que dormir con una muchacha era un consuelo efímero, la búsqueda de la desaparecida felicidad de estar vivo”.
Enaltece tu vejez viviendo con la mente íntegra y los sentidos en plena forma, aunque ya no puedas usar todo tu cuerpo, aborda las grandes y definitivas preguntas, del porque ya no, sino pasaba antes, y otras cuestiones de las que nadie se puede quitar de encima y cuyas dudas se las lleva a la tumba. Saber que te vas a morir te compromete más con tu vida, a resolver pronto tus pendientes, particularmente cuando ves a la mayoría de tus mayores van muriendo, dejando tristeza y problemas. Una buena ancianidad -dijo el abuelo- vendrá de tus ahora buenos cimientos. Recuerda que sí la violencia a tu edad no te quita la vida, la madurez te la quitará en la senectud. Pocos llegan a mi edad -presumió-.
Verás que en la vejez se puede vivir adecuadamente, no es tan molesta, sino hasta agradable que lo consulten a uno – como tú- y otras atenciones aunque parezcan insignificantes para otros. El envejecimiento no es sólo decadencia, hay también crecimiento, saber que fuera de tu tumba habrá visitas te traeran flores, resos y palabras. Pero dentro sabes que se darán cita gusanos, babosas, liendres para disputarse lo que antes fue de tus amores.
Así que aprender a que te vas a morir es aprender a vivir mejor, a despreciar incluso a la propia muerte. Lucha púes con ahínco por tu seguridad, por tu salud, contra una vejez sin sentido. Aun así, no serás el viejo más sano de tu camada. Y en la vejez no quieras volver a ser el ignorante que serás a tus veintes. Oponte, hasta la vejez, a trabajar con cabrones, a explotar a otras personas. Y no olvides, ¡tu muerte no molestará al universo!.
() Miembro de El Colegio de Sinaloa, Profesor-Investigador-Titular en el I.P.N. México.