- Después de dos años de pandemia covid19 regresan los niños a la escuela. El mal no se ha ido, deseo no los pesque en ruta, en el aula, en el recreo o, a la salida. Los cercanos a mí, van a primaria muy contentos en su primer día de clases. Bañaditos, peinaditos, con ropaje nuevo de pies a cabeza. Sus padres esperaron con ansia este día, espero sea para bien. Por lo pronto, desembolsaron en mochilas, cuadernos, loncheras, termos, vasos, lápices, crayolas, etc. Para los que van a grados más avanzados el gasto fue mucho mayor. La educación de los hijos se ha vuelto pesada inversión, aún en escuelas gratuitas. El entorno y las exigencias de haberes para muchos la hacen inalcanzable. Viéndolos con bultos en sus espaldas vienen a mi mente imágenes de los cargadores de pacas y costales. Son estampas nítidas en la mente de un viejo que me llevan a tiempos de mi primer año en la primaria. En mi pueblo no había kínder, creo que tampoco en los otros. El primer día acudí con lápiz afilado, amarillo con borrador y un cuaderno azul tipo italiano de veinte hojas, con las tablas de multiplicar en su pasta posterior. Ah, y mi primer par de zapatos.
Yo andaba descalzo casi todos los días, estuviera la tierra seca, caliente, mojada o lodosa. Mi abuela, mis tías y mi madre hablaron que el primer nieto, de ninguna manera debía ir de huarache a la escuela. Bajamos de la loma donde vivíamos, mi madre y yo nos encaminamos al negocio de Don David frente a la plazuela. Su local antes fue tienda de raya de una de las antiguas haciendas en el poblado. A él mi mamá le compraba telas, hilos y cosas para costuras. Era un hombre blanco-rojizo, cabeza cana adornada con grandes lentes negros. ¿Va ir a la escuela tu chamaco? ¿Qué edad tiene?, preguntó. Cinco, contestó mi madre. Está muy chiquito, dijo él. Es cosa de su nana (abuela) por enseñarle a leer y a sacar cuentas, la maestra de segundo año y el director me pidieron lo mandara. Sus ojos tras los lentes se agrandaron. Vayan con la Quica y la Celsa, ahí encontrarán zapatos, yo vendo a pedido para los hombres de las fábricas. Había 2 henequeneras en las afueras del poblado. La Quica y la Celsa Félix, eran dos solteras cuyo local estaba al costado del negocio de su hermano, Prudencio Félix, uno de los cinco ricos del pueblo, comerciante en general dedicado a refaccionar (prestar) a los agricultores. Su tienda a contra esquina de la Botica de Gabriel Villaverde y frente a un almacén de granos, ahí vi a cargadores echarse de un envión al hombro costales de cien kilos sin gesticular. La Quica y la Celsa, las únicas vendedoras de zapatos, estaba frente al correo que atendía Doña Fidelia Cárdenas. No recuerdo cual de ellas preguntó mi edad para traerme los zapatos. Los de cinco años no me llegaron, mis pies extendidos por los dedos separados sufrían en la horma del zapato. Le voy a dar unos más grandes dijo a mi madre, con el pie ya amansado le servirán pa ́l otro año. En aquella caja de zapatos, guardé por un tiempo lo que consideraba mis tesoros o trofeos. Llegué caminando como pato aquel primer día de clases con mis zapatos negros nuevos. Por ser el más chico, me formaron al inicio de la fila, en el salón me sentaron en el suelo, frente al pizarrón. No llevé mueble. Mi madre le platicó a Doña Delfina esposa de Don Teófilo, vivían frente a mi casa. Una de sus hijas era maestra, casada con el director de la escuela. Don Teófilo (conocido por su sangre liviana y el dicho “como dijo don teofilito” que le atribuían) era el caporal de los Castro, me llevaba casi a diario a la ordeña a tomar un vaso espumoso de leche directo de la ubre. Don Teófilo le platicó a Nacho Castro un artista carpintero mi falta de mueble para la escuela. Yo en las enancas del caballo de Don Teófilo, recuerdo que me dijo, te voy regalar el mejor mesabanco con lugar para el tintero y lápices para tu escritura. Era un banco pegado a una mesa, con una tapa que abría descubriendo un cajón para guardar libros, cuadernos, lápices y cosas. Lo usé toda la primaria. Durante los dos primeros años de escuela, ahí guardé mis zapatos a la hora del recreo.
José GaxiolaLópez
@GAXILO